Conocido como el “Pueblo Blanco de América”, Comala es un Pueblo Mágico que sólo con pronunciar su nombre emana magia e historia por medio del arte, gastronomía y paisajes que invitan a pasar el día en el campo, entre el agua y el fuego, entre lagunas con vista a un volcán activo.
Declarado en 1988 como Zona de Monumentos Históricos y elegido en el 2002 para formar parte del programa de Pueblos Mágicos, Comala es un sitio envuelto en un misticismo digno de leyenda que es digno de conocerse por sus calles empedradas, de almendros y palmeras, que enmarcan la parroquia de San Miguel Arcángel, cuya construcción data de la época neoclásica, a un costado de la presidencia Municipal.
El jardín principal, llama a sentarse en sus blancos asientos, en su pintoresco kiosco, para recibir el plácido viento que cautivo y embriagó de belleza al escritor Juan Rulfo. De hecho, hay una escultura de ese novelista sentado en una de las bancas, quien hiciera célebre a Comala en su memorable novela Pedro Páramo.
Sin duda, lo primero que llama la atención del visitante al llegar con sus tradicionales techos de teja colorada y sus altas fachadas de color blanco que resplandecen y dan brillo, por las que es conocido como el “Pueblo Blanco de América”.
Su nombre significa “Lugar donde hacen comales” y es paso obligado para quienes visitan el Volcán de Fuego o la ciudad de Colima, la cual se localiza es escasos ocho kilómetros.
Unas de las principales festividades es la Fiesta Guadalupana, cada 12 de diciembre, en la que el folclor se hace presente con bailes, peleas de gallos, corridas de toros, jaripeos, carros alegóricos y con el llamativo color de los fuegos artificiales nocturnos.
Como es un lugar con mucha vegetación, de tierra fértil, de abundante agua, pesca y caza, sirvió para que acunara la civilización de diferentes tribus nómadas que venían del centro del país, así en este prolífico florecieron importantes culturas, como la olmeca, náhuatl (500 a. C.), tolteca, chichimeca (durante la época clásica, 1154-1429 d. C.) y la tarasca, que era la principal a la llegada de los españoles.
Al pie de los volcanes y rodeada de una exuberante vegetación y arroyuelos, la población adquirió el nombre de Comala, gracias a su alfarería.