Devoción entre procesiones y mulas

En el sureste los feligreses rinden honor a la Virgen de Fátima y, en el centro, se vive la tradición del Corpus Christi

 

A poco más de un siglo de sus apariciones –mayo de 1917– a tres pastores en Cova da Iria, en Portugal, la devoción a la Virgen de Fátima o Nuestra Señora del Rosario de Fátima está profundamente arraigado en México, donde no faltan poblaciones o capillas en las que se le rinda culto.

En Calkiní, Campeche, durante mayo se vive una de las fiestas más tradicionales y arraigadas y tiene lugar en la colonia de Fátima, que lleva el nombre en honor a esa advocación mariana.

Como ocurre en ese tipo de festejos, hay un Comité Organizador que se encarga de preparar las actividades profanas, que incluyen bailes populares, de luz y sonido y las tradicionales vaquerías, corridas de toros y “shows” cómico-taurinos en ruedos tradicionales, encuentros deportivos y eventos culturales. La parte religiosa queda a cargo del párroco y algunos fieles, quienes organizan principalmente misas, rosarios y procesiones.

La vaquería es una tradición de profundo arraigo, no sólo de las comunidades rurales de la península de Yucatán, sino incluso de ciudades como Calkiní, a las cuales las mujeres acuden con vistosos ternos de hilo contado, rebozo de Santa María y accesorios de delicada filigrana y los hombres con filipina y pantalón blanco, alpargatas y sombrero de jipijapa, tejidos en cuevas de la población de Bécal, en el mismo municipio.

Los salones se ven inundados con la música interpretada por las tradicionales orquestas jaraneras, pero en las procesiones con la Santa Patrona y las corridas de toros, la charanga es la que pone ambiente en unos festejos que inician desde el 1 de mayo y duran todo el mes.

La fecha más importante, evidentemente, es el día 13, cuando el programa comienza con las “mañanitas” a la Virgen ante el pórtico de la parroquia, además de la misa y una procesión con la imagen por las calles del barrio.

 

Día de las mulas

 

Quizá ninguna fiesta religiosa tenga en la Ciudad de México el colorido del Jueves de Corpus Christi, que en la liturgia católica tiene lugar 60 días después del Domingo de Resurrección, de tal forma que puede efectuarse en mayo o junio, como este año, para celebrar la Eucaristía, el cuerpo y la sangre de Cristo.

Es una fiesta tradicional de carácter religioso, que se celebró por vez primera en 1246, en Lieja, Bélgica, por iniciativa de la religiosa Juliana de “Mont Comillon” e instituida por el papa Urbano IV.

En México la celebración fue introducida por los españoles y es popularmente conocida como el “Día de las Mulas” porque los indígenas que vivían afuera de las ciudades acudían a los templos en la ciudad para participar en la misa acompañados de sus bestias de carga, mulas o burros, en los que cargaban principalmente sus víveres y ofrendas.

Los centros religiosos y los pueblos principales se llenaban este día de indígenas, mulas y burros. La tradición popular comenzó a nombrar a la festividad como el Día de las Mulas.

Si bien en los templos católicos y sus alrededores ya no se ven mulas y burros –fueron sustituidos por representaciones hechas con barro, palma papel que cargan “huacales” o canastos con flores o frutas–, persiste la tradición de vestir a los niños con indumentaria indígena tradicional.

Las niñas son vestidas con faldas de manta bordadas con flores de colores, al igual que las blusas, faja, rebozo, trenzas con listones coloridos, pulseras y collares; los niños con calzón y camisa de manta, algunas veces bordados o con ayates, morrales, guajes y sombreros. Unos y otras calzan huaraches.

Las mulas, que se venden en los atrios de las iglesias, tienen tamaños variados –las más pequeñas vienen con un alfiler para usarlas como prendedor– y con frecuencia son obsequiadas y se felicita a quien las recibe por ser “su día”.

 

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