LA TÍA BLANCA Y LOS SIETE PEQUEÑOS

Pensé que mis vacaciones serían de terror, mis papás rentaron una casa en la playa e invitaron a mis dos hermanos y a mí. Se lee muy bonito, pero mis dos hermanos incluyen a siete hermosos, adorables y, al menos para mí, desconocidos pequeños, que van de los 12 a los 6 años de edad.

Un día antes de irnos, consideré seriamente excusarme bajo cualquier pretexto, pero la verdad es que adoro la playa y también deseaba convivir con mis papás a quienes veo un día a la semana o cada 15 días, así es que me armé de valor y decidí darnos a todos una oportunidad.

No sé cómo pasó, pero me hice responsable del menú, uno de los niños quiso verificar cómo iba y expresó su opinión de forma abierta y sin ningún empacho: “El jamón y el queso no se llevan con la leche, ¿a quién se le ocurre ponerlos juntos?”, “¿Nadie trajo chocomilk?, yo no tomo leche sola”, “Leche con cereal no es cena, necesito comer algo más”, “el aguacate y el guacamole no son lo mismo”. Una clientela exigente.

Sin embargo, también fue emocionante descubrir su personalidad. Una tarde que estábamos todos dentro del mar viendo la puesta de sol, pasó una moto acuática, mi impulso fue hacer como que pedía un “aventón”, para mi sorpresa la moto regresó y el conductor se ofreció a dar una vuelta con alguien. Todos nos miramos con nerviosismo, excepto una niña de 10 años, que apenas si sabe nadar, ella levantó la mano y dijo “yo quiero”.

La observamos subir y tomarse de la cintura del desconocido, muerta de risa. Se alejaron… para nuestra sorpresa, cuando el vehículo acuático pasó por donde estábamos era ella quien se encontraba al frente, manejando como una experta. Sentimos una gran admiración por esa valiente e intrépida niña.

Podría narrar decenas de anécdotas, pero el espacio es breve. Sólo agregaré que convivir con niños es subirse a una montaña rusa de emociones: llantos, peleas, carcajadas, gritos, exigencias, muestras espontáneas de cariño, un juego de jenga que se convirtió en la construcción de castillos y un rompecabezas que se convirtió en la obsesión de una niña y su abuelo… No me arrepiento de las vacaciones, conocí algo más de las nuevas generaciones en mi familia y un poco más de mí misma.

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