Una relación de amor entre un hombre y la ciudad del Caribe mexicano
UN “BOXITO” EN CANCÚN
En la terminal de Quebec con destino a Montreal me encontré con un yucateco que, como la mayoría de los de su tierra, tiene un carácter a todo dar. Hablamos de muchas cosas, entre ellas de una pasión que compartimos: viajar. Me sorprendió al recordar que Cancún cumple 50 años.
Cancún puede considerarse el hermano menor en la Península de Yucatán, la ciudad más joven, pero también la más brillante y con más chispa. Nació el 20 de abril de 1970 y ocho meses antes, en agosto de 1969, lo hizo Alfredo Cárdenas Palomo, en la ciudad de Mérida, un yucateco que guarda una historia de amor con las playas más famosas del Caribe mexicano.
Recuerda su primer encuentro, a los 10 años, en un viaje familiar. “Fue como ir a Disneylandia”, con venta de “fayuca”, pero también blancas y extensas playas y un mar color turquesa que impacta a quien lo ve por primera vez. “Fue maravilloso conocer playa Chacmol. Había muchos gringos, algo que no estábamos acostumbrados a ver”, comenta Freddy.
Conoció el hotel Bahía, con su concepto de villas, y la Bodega El Teniente. También era famoso el restaurante Mauna Loa, a la orilla de la Laguna Nichupté, donde por las noches los meseros alimentaban a los cocodrilos con restos de comida. Al cerrar se transformaba en la discoteca Krakatoa.
Bares, discotecas y tiendas
Ya en la adolescencia conoció la fiesta, hasta las 6 am, en el Fraile López, Christine’s, Éxtasis, La Boom, Risky Business, los inicios del Señor Frog’s, de Carlos’n Charlies. “Cuando Cancún y yo cumplimos 18 años descubrí otros atractivos: Plaza Caracol y la tienda AKA”.
“Para decir que fuiste a Cancún había que comprar ropa en ACA JOE, ir al Hard Rock, comer en Mr. Papas, en Pizza Hut o Mcdonald’s, donde se hacían pedidos especiales para llevar hamburguesas a Mérida”, indica.
Historia de amor
Alfredo Cárdenas optó por visitar Cancún tantas veces como fuese posible; iba en verano junto con sus amigos; ahí pasó su luna de miel, llevó a vacacionar a sus hijos, curó heridas del alma, vivió la nostalgia y hoy regresa al lugar que lo hace feliz.
Le tocó ver los destrozos causados por el huracán “Wilma”, luego de un viaje de ocho horas, desde Mérida, para encontrar una ciudad a oscuras, en la que había fogatas para guiar a la gente, y conoció la entereza de los cancunenses, que con trabajo y solidaridad levantaron de nuevo a Cancún.
En resumen… tengo que ir a Cancún.