Agradezcamos la fiesta nuestra de cada día

Agradezcamos la fiesta nuestra de cada día

 

La Candelaria, en Tlacotalpan; el Niñopan, en Xochimilco y el Señor de Chalma, en el Estado de México, muestras de una fe que perdura.

Si algo distingue al mexicano es su ancestral espíritu fiestero, que ayuda a mantener vivas tradiciones y festejos, relacionados principalmente con la liturgia católica. El calendario incluye cada mes festejos en honor a santos patronos, que a veces involucran a toda una comunidad en un proceso que va desde los preparativos hasta las ceremonias, en los que se cuidan todos los detalles y con frecuencia se cumple un ritual.

El 2 de febrero, Día de la Candelaria, es una fecha muy especial en la religión católica. Es la fecha en la que concluye la temporada navideña, con la presentación del Niño Dios ante el templo y la purificación de la Virgen, 40 días después del parto.

Ese día, en México, quienes sacaron “muñeco” en la Rosca de Reyes, deben dar la tamalada, conforme a la tradición, acompañada de atole o chocolate.

Hay dos formas de celebrar la Candelaria, con procesiones dedicadas a la Virgen, acompañadas con música y pirotecnia, o con una misa en la que cada creyente presenta en la iglesia a su Niño Dios ataviado con distintos atuendos y luego ofrece los tamales en su casa.

Tlacotalpan, Veracruz, se destaca por la celebración de una procesión con la Virgen, que engalanada con sus mejores ropas, es sacada de la iglesia en hombros de los pescadores para llevarla a un paseo por las principales calles del pueblo, hasta llegar al muelle del río Papaloapan, donde decenas de pequeñas embarcaciones aguardan a los cientos de fieles que acompañan a la Candelaria por el pueblo y luego por el afluente.

La procesión por el río empieza a las 15 horas. Las embarcaciones rodean a la piragua que va al centro, con la figura de la patrona, a la cual arrojan cientos de flores blancas, rojas y amarillas.

La ciudad, conocida como “La perla del Papaloapan”, fue declarada Patrimonio de la Humanidad en 1998 y es famosa por estos festejos en honor a su patrona, que comienzan el 31 de enero con una cabalgata.

La tradición tiene un origen prehispánico, como parte del culto a la diosa de las aguas, Chalchiuhtlicue. Olmecas, totonacas y toltecas, que formaron asentamientos en el territorio que ahora es Tlacotalpan, paseaban a la deidad por el río y le ofrecían ofrendas para pedirle mejores cosechas y pesca. Con la evangelización, ese culto fue sustituido por el de la Virgen de la Candelaria.

Al término del paseo, la Virgen es devuelta a su santuario, pero la fiesta no concluye ahí. Durante la noche se realizan fandangos jarochos, donde la gente se reúne alrededor de una tarima, en la que janeros y decimeros entonan sus sones, muchos de los cuales tienen más de un siglo de antigüedad, y tanto pobladores como visitantes bailan hasta entrada la noche, compartiendo bebidas típicas de la región, como el torito, y antojitos veracruzanos.

EL NIÑOPAN, DEVOCIÓN DE CUATRO SIGLOS

Hay un festejo que este año cumple 445 años y está relacionado con una imagen del Niño Dios tallada en madera de colorín. Le llaman Niñopa o Niñopan y es venerada por los habitantes de los pueblos y barrios de Xochimilco, una alcaldía de la Ciudad de México.

El culto está asociado a un sistema de mayordomías –el Niñopa no tiene un templo– y cada 2 de febrero una familia diferente toma a su cargo el cuidado y atención de la imagen y de los fieles que la visitan. Ese día también se bendicen las semillas, que al germinar dan vida, y las velas, para encenderlas en caso de enfermedad o fallecimiento, conforme a la visión dualista de la vida y la muerte de nuestros antepasados prehispánicos.

Las mayordomías en Xochimilco conservan características fundamentales del antiguo sistema de fiestas mesoamericanas, conjugadas con rasgos de cofradías coloniales. Los franciscanos contribuyeron a difundir la fe por el Niñopa, sin percatarse de que para los indígenas también simbolizaba a Huitzilopochtli, “el colibrí del sur”, de modo que sintetiza las imágenes del dios azteca del sol y la guerra al recién nacido Niño Jesús.

En la música también se yuxtaponen los chinelos, que representan a los moros; la banda de viento, a lo propiamente rural; los mariachis, a lo urbano y la estudiantina, a lo español.

Al Niñopa se le tiene respeto y cariño porque es un niño y, como tal, se le consiente, se le protege y se le rodea de un ambiente de fiesta. Su festejo es una expresión de abundancia, donde estallan cohetes y se paladean lo mismo el mole que los mixiotes y los tradicionales tamales.

La figura de 51 centímetros y 598 gramos de peso, que data de 1575, obra de un artesano indígena, debe disponer de espacio suficiente para recibir a los fieles y resguardar sus más de dos mil ropones, juguetes, joyas, dulces y muebles. Ser mayordomo obliga a dar entrada a todo aquel que quiera visitar al Niñopa y ofrecerle algo de comer en los 365 días que dura el honor. En retribución, recibe paz, armonía, felicidad y abundancia para su familia.

Los mayordomos no suelen escatimar en gastos. En sus típicas fiestas del 30 de abril, 10 de mayo y las 9 posadas en diciembre deben organizar la celebración para las más de dos mil personas que llegan a venerar al “Niño peregrino de los barrios”, incluida la comida, bebida, música, adornos y fuegos artificiales. También lo llevan a su restauración anual al Instituto Nacional de Antropología e Historia.

La permanencia de las mayordomías está garantizada, pues la lista de espera pasa del año 2040. La devoción al Niñopa cohesiona la estructura familiar y social porque en los festejos interviene toda la familia, allegados, nativos y avecindados.

HORA DE BAILARLE AL SEÑOR DE CHALMA

En México hay santuarios que todo el año se ven colmados de peregrinos. El del Señor de Chalma, en Malinalco, Estado de México, es uno, con 13 fiestas, entre éstas la del 6 de enero, Día de la Epifanía; Miércoles de Ceniza; primer viernes de Cuaresma; Semana Santa; Pentecostés; el 1 de julio, Día del Señor de Chalma; 28 de agosto, día de San Agustín; 29 de septiembre, Día de San Miguel Arcángel y Navidad.

Sin importar la fecha, en el atrio danzantes o “concheros” bailan sudorosos, ataviados con taparrabos, capas y penachos multicolores. Algunos llevan el torso desnudo, quemado por las frecuentes jornadas en las que danzan al ritmo del teponaztli, timbales, sonajas, flautas y silbatos, marcando cadencias con huaraches y cascabeles, como seguramente lo hicieron sus ancestros hace más de 500 años, cuando iban a adorar, en las cuevas de los alrededores, a deidades como Oztoteotl, advocación del dios Tezcatlipoca, y a Tlazacotl.

El Santuario es de los más importantes del país, junto con la Basílica de Guadalupe, que cada año recibe más de 20 millones de peregrinos; la Catedral de San Juan de los Lagos, Jalisco, y el Santuario del Santo Niño de Atocha, en la Ciudad de México.

En sus alrededores hubo cuevas en las que se adoraba a deidades como Oztoteotl y Tlazacotl. Cuenta la leyenda que cuando los evangelizadores agustinos iban decididos a destruir a los ídolos, los encontraron despedazados, a los pies del Cristo.

Quien va por vez primera a Chalma debe hacer parada en Ocuilán de Arteaga, a 5 km, donde hay un ahuehuete o “árbol viejo de agua”, y bailar en honor al Señor de Chalma. De ahí la expresión popular “ni yendo a bailar a Chalma”, para referirse a algo imposible, aunque imprecisa, porque es en Ocuilán donde se danza, como parte de un ritual de iniciación.

Bajo las raíces del ahuehuete de más de 220 años y casi 40 metros de altura, brota agua de un  manantial. El peregrino debe bañarse, en un ritual de purificación, y antes de reanudar la marcha, comprar una corona de flores, obligatoria para los que van por primera vez a Chalma, la cual depositarán junto al portón del templo, a modo de ofrenda.

El santuario, cuya construcción se concluyó en 1830, está enclavado en una hermosa cañada. Comprende la iglesia, convento, la cueva de la aparición, dos hospederías para peregrinos y, a un costado del río, la plaza del danzante y una pequeña capilla abierta. En 1783 el conjunto recibió el título de Real Convento y Santuario de Nuestro Señor Jesucristo y San Miguel de las Cuevas de Chalma.

La iglesia tiene una enorme fachada neoclásica; su altar  mayor, de madera policromada, es plateresco, con adornos que recuerdan el estilo barroco. La amplia nave luce todo su esplendor con sus paredes blancas y acabados en color oro en columnas y bases. En el centro del altar hay un camarín cerrado con acabados dorados que guarda al Señor de Chalma.

Caja de datos de La Candelaria:

La fiesta de la Candelaria, en la “Perla del Papaloapan”, comienza el 31 de enero, con una cabalgata, y se mezcla con una tradición que tiene origen prehispánico, que se hacía como parte del culto a la diosa de las aguas, Chalchiuhtlicue

Caja de datos del Niñopan:

Ser mayordomo del Niñopan obliga a dar entrada a todo aquel que quiera visitarlo, ofrecerle algo de comer en los 365 días que dura el honor y no escatimar en sus festejos. En retribución, recibe paz, armonía, felicidad y abundancia para su familia.

Caja de datos de Chalma:

La oferta de hospedaje en Chalma la integran cinco hoteles, cuatro posadas familiares, cuatro casas de huéspedes, 17 casas particulares con renta de cuartos, una casa del peregrino y una hospedería del templo. El costo se determina por horas, por noche, por grupos o por persona y varía de 100 hasta 450 pesos la noche.

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