La Casa de los Murmullos

Enamorado de un paraíso mexicano, Campeche, un chef francés creó ahí su pequeño imperio culinario

Patrick Cros dejó su natal Francia en 1988 sin imaginar que sus deseos de conocer y comerse al mundo lo llevarían a Campeche para deleite de cientos de personas que han conocido y disfrutado su talento culinario.

Este trotamundos llegó “por casualidad” a Cancún en 1994, luego de recorrer Estados Unidos, Canadá, República Dominicana y Honduras, pero salió, “ciscado”, por el huracán “Wilma” (octubre de 2005).

La búsqueda de un lugar para vivir, tierra adentro, lo trajo a esta bella y tranquila ciudad peninsular, en un viaje que tenía como destino Veracruz, a donde finalmente no llegaron. “Descubrimos un Campeche precioso, limpio, colorido, con gente linda y rápido compramos una casa aquí”, recuerda.

“La Casa de los Murmullos” originalmente sería para pasar fines de semana y sólo se mudarían ya jubilados, no antes. Sin embargo, comenzaron a pasar más tiempo ahí y un buen día decidieron quedarse, deshacerse de los negocios en Cancún y tomar un año sabático antes de emprender algo. Así entendieron lo que es vivir campechanamente y dijeron: “de aquí somos”.

Empezaron por invitar a Helena Gamboa, del “Rincón del Vino”, a venir y hacer catas y otros eventos que les permitieron conocer gente a la que le gustara comer y beber bien. A raíz de eso, a Patrick le empezaron a pedir “chambas de cheff”.

Sonriente, recuerda que un día un cliente les pidió, para sorprender a su esposa, preparar la cena en la casona. “Ese día descubrí que era más práctico hacer todo aquí que ir a la casa del cliente; comenzamos a hacerlo con conocidos y de ahí nace el concepto de privacidad, aunque luego, de boca en boca, comenzó a venir gente de fuera queriendo conocer lo que hacíamos”, explicó.

Parte importante de este propósito fue ir a los mercados locales, para hacer con sus productos y con sus recetas sus mismos guisos franceses. La voz comenzó a correrse y así llegaron amigos de chefs y entrevistas que poco a poco consolidaron su proyec-to, compraron la casa de al lado y después la siguiente para disponer de una sección privada para él y su esposo.

Hoy “La Casa de los Murmullos” es un espacio en el que no hay meseros que ofrezcan mesas, pero sí toda una experiencia en una casona de fines del Siglo XVII que ofrece la posibilidad de disfrutarla, un pianista un cantante, arreglos de flores y más de 300 velas encendidas.

A final de cuentas, resultaron ser “un poco víctimas de nuestra reputación, porque inicialmente era perfecto, pues trabajábamos poco, pero nos subimos al tren de nuevo y estamos trabajando muy bien y contentos por el reconocimiento de nuestros clien-tes”.

Dejaron de hacer catas de vinos (dos mensuales) por falta de tiempo, pero mantienen siete eventos públicos al año y celebracio-nes como la de San Valentín, Día de la Madre y el Hanal Pixán, para las que abren las puertas de la “Casa de los Murmullos con un menú fijo, previa reservación.

“El resto del año es un espacio gastronómico en el que ofrecemos una experiencia exclusiva, única y privada”, recordó luego de señalar que, en esta etapa de su vida, junto con su esposo, ha podido conocer México, con aprendizajes que ha incorporado a su oferta culinaria.

Lo que hacemos de manera regular los fines de semana es “pueblear”, conocer el México de todos los días. “En una gira por 16 ciudades del país visitamos a amigos chefs y fuimos a mercados, con los pescadores, a descubrir los productos locales. Eso me permitió ampliar mi menú, que actualizo cada tres meses…. y eso hacemos con el convite, el festival que este año planeamos reanudar en una fecha por designar”.

El convite, explicó, es un proyecto para traer a amigos chefs, con el fin de que entiendan por qué estoy aquí, pues me cuestionaban mucho la razón por la que vine a esta tierra.

“El proyecto tuvo éxito rápidamente, porque todos los amigos quisieron venir. Por eso se llama convite, que en francés significa convivir alrededor de una mesa”, concluye sonriente.

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